jueves, 6 de enero de 2011

LA CULTURA Y EL ESCRITOR LATINOAMERICANO

(Este es un pequeño resumen de un ensayo de Cortázar)

Este gran escritor tiene un concepto bien claro y definido acerca de las estructuras tradicionales de pensamiento (Visión aristotélica del mundo), las que para él son el principal problema de que el mundo latinoamericano no pueda llegar al conocimiento pleno de la realidad. La limitación que impone la tradición cultural es un fenómeno social, político y cultural que arrastra a grandes generaciones de hombres y los separa de sus esencias.
A partir de este reconocimiento de la posibilidad de la “otra” realidad que se invisibiliza o se imposibilita desde arriba, Cortázar propone una serie de recomendaciones a los mediadores culturales. Es decir, sugiere entender a la realidad como un “hueco” que permite la percepción de otras posibles analogías. Si no queda muy claro esto, leamos detenidamente las palabras de nuestro escritor:
“En la mayoría de los casos, esa erupción de lo desconocido no va más allá de una sensación terriblemente breve y fugaz de que existe un significado, una puerta abierta hacia una realidad que se nos ofrece pero que nosotros, tristemente, no somos capaces de aprender. En mi caso casi nunca estoy a la altura del mensaje, del signo que esas constelaciones intentan transmitirme; pero sus fuerza es tal que jamás pondré en duda la realidad de los mensajes y la única cosa que debo deplorar es mi propia pobreza de medios psíquicos, mi escasa capacidad para penetrar en lo otro”.
Es importante resaltar que Cortázar no concibe este encuentro entre signos y realidad como un producto de la fantasía sino como una realidad objetiva que no puede ser comprendida empleando parámetros de la psicología o de la lógica. Para utilizar una comparación del escritor sería como decir que el lector debiera convertirse en “esponja”, lo cual integraría al receptor un potencial más elevado de percepción. Y para ello hay que romper con la Gran costumbre. Es lo que llamaríamos la aventura semiológica versus la sacralización de la cultura; y si la primera logra avanzar, se podría decir que la democratización de la cultura empezaría a relucir.
¿Qué hacer además de lo que hacen los escritores, cómo incrementar esa participación en el terreno geopolítico desde ese particular sector de trabajadores intelectuales, cómo inventar y aplicar nuevas modalidades de contacto que disminuyan cada vez más el enorme hiato que separa al escritor de aquellos que todavía no pueden ser sus lectores? Como ingenieros de la creación literaria, como proyectistas y arquitectos de la palabra, han tenido tiempo sobrado para imaginar y calcular el arco de los puentes cada vez más imprescindibles entre el producto intelectual y sus destinatarios; ahora es ya el momento de construir esos puentes en la realidad y echar a andar sobre ese espacio a fin de que se convierta en sendero, en comunicación tangible, en literatura de vivencias para nosotros y en vivencia de literatura para nuestros pueblos.

El puente, como imagen y como realidad, es casi tan viejo como el hombre. Un poema ha sido siempre un puente, como una música, o una novela, o una pintura. Lo que es menos nuevo es la noción de un puente que partiendo de un lugar habitado por esas novelas, esas pinturas y esas músicas, se tienda hacia una orilla donde nada de eso ha llegado o llega verdaderamente. Es sabido que en la mayor parte de nuestra América latina, existe una pavorosa incomunicación y soledad al respecto. También es sabido que existe una hipócrita noción de cultura, sustentada por ilusiones urbanas, por un humanismo elitista que hasta ahora han escamoteado e ignorado la inmensidad de los pueblos, centrando sus políticas en las trincheras de las grandes ciudades y capitales.

Lo que un intelectual hoy tendría que hacer sería tender un puente entre la ciudad y el interior, entre el creador y esa masa que día a día y paso a paso empiece a descubrir que la vida no es sólo sobrevivir, que el trabajo no tiene por qué terminar en el espeso sueño de cada noche, y que pensar es mucho más que dar vueltas en la cabeza a las ideas recibidas, los atavismos y los prejuicios.

Huelga decir, que no se está abogando por la facilidad, por la simplificación que tantos reclaman todavía en nombre de esa inserción popular, sin darse cuenta de que todo paternalismo intelectual es una forma de desprecio disimulado. De lo que se trata es que los accesos inmediatos o mediatos a la cultura se estimulen y faciliten. Para eso hay que dejar atrás las teorías y pasar ya a la acción.
Para lograr esto hay que superar la vieja noción de lo cultural como un bien inmueble e intentar lo imposible para que se convierta en un bien mueble, en un elemento de la vida colectiva que se ofrezca, se dé y se tome, se trueque y se modifique, tal como lo hacemos con los bienes de consumo, con el pal, las bicicletas y los zapatos. Hasta ahora se sigue pensando que la cultura queda reducida al libro, a la conferencia o a la clase magistral. Esta es la realidad de nuestras culturas americanas: culturas minoritarias, culturas sojuzgadas, culturas aculturadas, culturas elitistas. La visión de una cultura como una suma de bienes culturales tiende a perpetuar el desequilibrio entre cultura dominante y culturas marginadas, ya que implica la idea de que la cultura puede acumularse de igual manera que los bienes materiales.
Una cultura indisociada de las pulsiones más profundas de los pueblos —y eso no sólo incluye las idiosincrasias étnicas, sino también las opciones históricas y políticas— no es verdaderamente la cultura.

La creciente intervención intelectual en la historia y los procesos populares latinoamericanos (periodismo de García Márquez, tribunal Bertrand Russell, etc.) han sido hasta ahora limitados negativamente, especialmente por el bloqueo que los regímenes opresores de nuestro continente y su vigilante padrino norteamericano. Es por eso que el quehacer literario debe inventar nuevas formas de contacto, abrir espectro de comunicaciones en todos los niveles.
El quehacer del escritor tiene que articularse a base de técnicas más eficaces que las consuetudinarias, menos estereotipadas que las que emanan de las tradicionales etiquetas de cuentistas, poetas, novelistas y ensayistas, y todo eso sin dar un solo paso atrás en lo que no es connatural, pero vehiculándolo de una manera capaz de llegar allí donde nunca se llegaría si se continúa con el mismo viejo circuito rutinario, por más bello, avanzado y audaz que sea en sí mismo.
Un ejemplo memorable, es el puente trazado por Cortázar, justamente, con su Fantomas (Historieta) que utilizó para introducir un mensaje no muy querido por las dictaduras latinoamericanas, escondiéndose en el humor y la poca “supuesta” seriedad que eso suponía.

Posiciones muy respetables han afirmado el derecho del creador a desligar su obra de toda militancia a favor del contenido estético. Pensamos, por el contrario, que la urgencia de la hora impone al intelectual una triple militancia: la de la participación en las organizaciones políticas progresistas; la de la inclusión del compromiso en el contexto de su obra, y la tercera militancia de batallar por la inserción de su obra en el ámbito real de los medios masivos de comunicación, anticipándose así a la revolución política, que concluirá por ponerlos íntegramente al servicio del pueblo.
Otro quehacer que podría ser de utilidad es el de asociar la música popular con textos que la salven de la sensiblería, el conformismo y la vulgaridad, que sigue siendo en gran medida la norma comercial y que el público absorbe ingenuamente. Las llamadas canciones de protesta han mostrado ya el camino.

                                                                                                                       Lic. Luis Torres

Bibliografía
- Nicaragua tan violentamente dulce. Cortázar, Julio; Ed. Muchnik, 1984
- Revista de literatura Hispánica Nº 22. Art. 38. Comunicación y participación: el concepto de cultura en varios textos de Cortázar. Susanne Kleinert. 1985

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