lunes, 30 de enero de 2012

Mordisquito (Relato Radial) - Santos Discépolo

¿Vos la querés seguir? Y bueno… , vamos a seguirla,pero dejáme antes aclarar una posición. Yo no discutoporque crea que tengo toda la razón del mundo. Al contrario, discuto porque creo que vos no tenés ninguna. Protestás porque te parece que es elegante. Lo hacés como una actitud. «Son criterios», decís. Y digo yo: ¿no será falta de criterio, en vez? Hay personajes que consideran que una actitud elegante en la vida es la de estar con un codo apoyado en el mostrador. Otros, sosteniendo el marco de la puerta, en los zaguanes de las casas.
Hay también señoras que creen que la que no tiene por lo menos un complejo no es de buena posición. ¡Y bueno!A vos se te repujó en la cabeza la idea de que la posición fundamental es negar, desconocer, decir que no. Te parece que eso da mucha importancia. Que te regala la apariencia de un hombre que tiene ideas, cuando la verdad es que negás porque, en realidad, no tenés ninguna idea. La del hombre aquel que entraba siempre en las reuniones diciendo: «No sé de qué se trata, ¡pero me opongo lo mismo!» ¡Pero, no! ¡A mí no me la vas a contar! Vos negás, protestás, con la misma injusticia del que arma un escándalo en su casa porque «le perdieron» la llave del escritorio. Resulta que después de promover la batahola, cuando ya todo está cabeza abajo y en la mitad del tobogán, la llave del escritorio aparece en la botamanga de su propio pantalón. Entonces, como ya no podría justificar todos los gritos en contra, con tal de no hacer el papelón, esconde la llave en el bolsillo y sigue protestando para mantener una actitud. Igualito que vos. Escondés, tu conciencia frente a la realidad de los hechos y seguís soplando contra el ventilador para no reconocer que la erraste. Y lo peor es que, queriendo sostener esa pirueta tuya —de resentido—, inventás argumentos de manteca. Sí, argumentos que se derriten a la luz de la evidencia más chiquita. Te molesta —¡lógico!—esa felicidad preciosa de la gente que cree en lo que ve. Vos seguís buscando vanamente el pelo en la sopa. Y pretendés haberlo encontrado con frasecitas definitivas como estas de: «Ahora uno llama a un electricista y, para colocar un enchufe miserable, te cobra quince pesos. ¡Yo no sé adónde vamos a parar!» A ningún lado. ¿Por qué? Si ahí está tu error. Es que ese enchufe miserable, como era miserable la situación de ese electricista, ya no lo son. No hay nada miserable ya. Todo ha adquirido dignidad. Ésta es la tremenda transformación que se ha operado y que vos, con la llavecita escondida en la botamanga del pantalón, seguís negando y desconociendo. Se ha dado dignidad a la gente. Todo el que trabaja es considerado dignamente. Y el que ya no puede trabajar se ha ganado una protección digna. Y es digna la criatura que todavía no trabaja, porque algún día ocupará su lugar de combate en la conquista del progreso común. Pero vos protestas porque te cobran quince pesos por colocar un enchufe. ¡Claro! ¡La conquista de la dignidad humana no cuenta para nada para vos! Para vos, lo único importante son los quince pesos del enchufe. Pero, decíme: vos, además de protestar, ¿trabajás en algo? ¿Sí? ¿No te das cuenta de que esa conquista admirable de la dignidad te alcanza a vos también y que todo se ha equilibrado sobre la marcha misma? ¿O no trabajás porque sos alabardero del rey y aquí rey no hay? ¡Únicamente así se entendería! Porque no me vas a contar que aquí falta trabajo. Ahora… No… ¡Ah!… Creía… Pero protestás sin advertir que lo único imperdonable es tu protesta. Y entonces, ¿de qué protestás? Mirá, «vamo a dejarla», como decía un reo. ¿Sí? Vamos a dejarla. Porque yo te respeto, pero a mí, ¡a mi no me la vas a contar!

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