El sol quemando los párpados en la mañana despejada de un día de mayo, abrazos con fuerzas tímidas de la mañana, saludos en clave como diferenciándose del enemigo vestido con las insignias del colegio rival, los bostezos del clamor de la historia se adueñan de varias bocas jóvenes listas como para el tereré; y el ser confuso llega a su cita luego de doscientos años.
El sol es el mismo que caía sobre el doctor Francia, si el asfalto de la calle de hoy es la tierra colorada de ayer, con la misma utilidad y con la misma dirección, los hombres que la transitan no son los mismos y cabría esperar que sean mejores. Pero nunca el paso del tiempo es garantía de tales augurios. Las miradas se posan sobre la carne y la imaginación se esconde detrás de los ruidos de los bombos y los aplausos de los espectadores, quienes se tratan de convencer que están en una reunión importante del pueblo. Desde allí, desde su escondite, la imaginación estéril se adueña del lugar del símbolo, dando así su estocada mortal. Ya no hay patria que valga, hay placer visual.
La fiesta que representa un acto cultural destinado a recordar un hecho histórico como fue la independencia de un país, es siempre una paradoja. Los actores de dicho acto deben ser vehículos del sentir moderno en cuestiones de revisionismo histórico como para representar en un par de horas la densidad del símbolo que pretenden representar. Si no corren el riesgo de ser títeres de una farsa de mal gusto y sin sentido. Otro devenir sería que, el camino de la fiesta se convierta en devaneo de los vicios de siempre, enmascarados en los detalles pintorescos de uniformes, trajes y sonrisas.
De una u otra forma, la cita siempre será tardía y descontextualizada. Muchos tratarán de ponerse en los ojos y corazones de los conquistados; pero nunca podrán ser ellos, porque esa cita ya los convierte en otros conquistados, en unos conquistados que piensan en la dependencia anterior, muy lejos a su realidad, y haciéndolos olvidar de su doble condición de conquistado. Lo peor, que esta última es muchas veces invisible a sus ojos. La fiesta del bicentenario es el mejor lugar para olvidarse de la nueva conquista a superar, y los festejos que se vienen realizando lo único que hacen es reforzar tal afirmación. Pero el símbolo de la independencia, ¿dónde está? ¿En la atrevida pierna de la chirolera? ¿En la coordinación de pasos que recuerdan a la más oscuros pasajes de nuestra historia – la militar? ¿En el transporte de banderas por las calles sin que los transportadores se sientan identificados sincera y comprometidamente con sus colores? El símbolo ha sido superado por la simple visión materialista, o sea por la conquista visual. Pareciera que cualquier acto que tenga algún que otro colorido es siempre para justificarlo. Pero tratándose de un acto patrio y educativo en teoría, los hechos demuestran el gran peso que tiene la cultura de masas en lo subjetivo. Faldas cortas y desinterés fueron el punto de unificación de tal reunión de personas, elementos integradores que nada tienen que ver con la esencia de lo que se pretende hacer. Quizás si todos estuviéramos de acuerdo que el machismo es un mal necesario podríamos aceptar que los desfiles permitan exhibir a las adolescentes, como para sostener el poderío masculino sobre la mujer y demás opciones sexuales. pero evidentemente no podrá ser. Hay muchos que estamos hartos de tal desigualdad.
LUCHO
No hay comentarios:
Publicar un comentario