viernes, 14 de enero de 2011

Renglones críticos

Admito con total antipatía que no puedo luchar contra tu irrefrenable fuerza inmoral; fuerza que lleva a las siestas a un exterminio sistemático de las voces insonoras que chocan con las paredes  de las aulas en un acto teatral de mecánica psicomotriz, que no es otra cosa que la vida muerta en brazos del fraude.
Admito que no puedo arrancarte de las manos ese libro sin páginas que agota tus esperanzas, que llena tu mente de palabras vacías, inertes, que te  hacen balbucear en vez de hablar, que te someten a sus supuestas verdades que te dan los renglones en blanco.
Admito que no puedo llegar a tus oídos y soplarte todas las canciones más hermosas que prometen soluciones a la vida, como si yo fuera el músico de una orquesta de espíritus sin fuerza y vida.
Admito que  no puedo llevarte desde el llano a los caminos altos y pedregosos de la sabiduría, porque yo  tampoco  tengo  idea del mapa y, encima, todavía no he encontrado ese deseo en tus escritos y habladurías.
Admito que no puedo renegar de tus mentiras de niño insensato, de tu copiatín de joven ya arrugado, de tu risa burlona con aroma de selva cuando se te regaña;
Admito que no puedo estimular tu imaginación apagada por la codicia de estos tiempos, la que te tiene secuestrado en un cubo de imaginaciones de otros;
Admito que no puedo fingir que no me afecta tu destino de pastoril hombre urbano, que se pierde solo en los augurios dejando la luz de los sueños.
Admito que no puedo reír cuando sé que te mueres todos los días en los baños de espuma que te ofrecen los mediocres y que se jactan de ayudarte.
Admito que no puedo enseñarte nada porque no has entendido que nadie enseña nada a nadie, sino que todos nos enseñamos conjuntamente, y no de otra manera.
Admito que no puedo hablarte sin tu diccionario propio, arbitrario, único, incapaz de apropiar otros vocablos, y ni que hablar de nuevos significados.
Admito que no puedo ponerte los números infinitos en tu libreta burocrática, porque no soy un juzgador, ni un Dios  capaz de conocer lo inconmensurable.
Admito que no puedo sostener por mucho tiempo el trapecio de mi cátedra sin la alimentación del equilibrio de tu actitud.
Admito que no puedo muchas cosas más, o mejor dicho, confieso mi total fragilidad ante ti.
Admito, admito, admito, admito…
Pero no claudico en mi sed de enfrentarte en peleas en que tus palabras son acorraladas por las mías y que te aplastan las ganas de dormir la vida.
Pero no claudico en mis sueños de gloria en que el trofeo es la libre expresión de tus ideas personales en donde sea.
Pero no claudico en mi fama de terco, que siempre quiere que el ciego pueda ver.
Pero no claudico en mi delirio de grandeza, que me hace sentir que esta profesión es la mejor de todas y la que más beneficios reales me ofrece.
Pero no claudico en mi fantasía de aventurero que viaja por la luna de muchos hombres para bajarlos a  la tierra, porque se los necesita aquí.
Pero no claudico en mi esencia, en mi espíritu, porque al final, yo soy un alumno de esta tierra que comparte con otros alumnos para no pelearnos por un pedazo de tierra y de poder.

                                                                             Lic. Luis Torres

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